Yo llevaba una vida bastante ermitaña. Tres veces por semana daba clases en la Universidad y el resto del tiempo me dedicaba a releer a los teóricos del teatro y a estudiar Medicina China, a hacer ejercicio, a correr y sobre todo... a cocinar.
Vivía en el sur, en una Ciudad de Artes y allí, todos los departamentos estaban ocupados por docentes o por alumnos que estudiaban diferentes carreras. Allí la conocí.
Ella pasaba cada tarde delante de mi ventana muñida de su viola, con su rostro serio y su abrigo largo y desaparecía tras la puerta del departamento lindante al mío. Ella estudiaba música y trabajaba como camarera en el rastaurante del hotel. Una noche golpeó a mi puerta y me pidió un cigarrillo: se lo convidé. Otra noche golpeé a su puerta y le pedí música de Bach: me la prestó.
Una tarde cociné pan de zapallo y con una bandeja recién salida del horno volví a golpear su puerta y compartí, además del mate, el relato de una historia de amor imposible. Y así nos hicimos amigas.
A lo largo de los meses, ella descubrió su gusto por la comida macrobiótica y yo el mío por la música de Vanessa Mae.
Hoy, a pesar de que ella no se detiene nunca en ninguna parte, está momentáneamente cerca (lo cual me alegra el corazón), ha abierto su propio Blog y sigue explorando, creando y descubriendo, entre miles de otras cosas, la bondad de los alimentos. Y yo, me siento feliz de verla con las manos en la masa.
Les dejo el enlace: www.entrenotasyviajes.blogspot.com
Amiga, gracias! por esas palabras y por esos recuerdos. Te quiero mucho, pronto escribiré algo para vos tambien.S
ResponderEliminarYo también te quiero. Gracias a vos por la levadura.
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