Le dijo de irse, que quizá mejor, que estaba cansada. Y ella que no, que dale, que hay más sopa, que te vas mañana.
Y no se fue. Como casi nunca se va, porque en el fondo nunca quiere irse.
Y ya entrada la noche, tendida en su cama, cien fotografías pasaron por su mente y más tarde, desde lejos, vio su cara y se vio donde no estaba: Justo en el espacio donde cabía el perfecto contorno de su deseo; allí había una foto velada.
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