Siempre hablo de los espejos, de mirarse, de reconocerse y de ir en busca del deseo.
Siempre escribo sobre el placer de despojarse de los miedos y atreverse a ir un paso más allá de lo seguro y lo conocido.
Y hablo del sabor exquisito que tienen las palabras de amor. Del aroma penetrante que despiden las buenas intenciones y de lo tanto que me gusta el calor.
Hablo y escribo como si rezara para que todo en lo que creo se haga realidad. Y a veces sucede que algunas cosas se hacen realidad. O casi.
Sucedió que encontré un espejo donde me ví reflejada por un instante y allí fui en busca de mi deseo, como loca desenfrenada. Y olía a comida y a sexo y a un aliento encantador.
Muerta de miedo seguí adelante, segura de alcanzarlo y me adentré en lo desconocido y algo en mí se abrió para dejar salir palabras nuevas que comenzaron a brotar de mi boca como por encanto. Nunca me había visto tan bella, tan buena...
También ví mis tinieblas, mis miserias, mi temor al abanadono, a la violencia...
Pero los espejos, como la vida, tienen muchas facetas: por un momento parecíó que lo tenía todo entre mis manos y de pronto,el reflejo de mi deseo desapareció, se escurrió entre las sombras.
De todas maneras, no me siento tan mal... ví y sentí cosas que jamás voy a olvidar y como no creo en la mala suerte, hoy rompí el espejo.
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