martes, 31 de marzo de 2009

Naturaleza

No está en la naturaleza del ser humano andar solo.
Quizá en algunos momentos de la vida es necesario hacerlo para volver a mirarse, para ordenar algunos patitos, para recuperar la propia identidad, pero siempre, tarde o temprano, surge la necesidad de volver a compartir. Claro que a medida que se crece y en tanto más tiempo uno haya pasado en soledad es más difícil encontrar la manera de lograr volver a relacionarse. Y pensar en encontrar a alguien con quien "conectarse" parece un imposible. Uno hasta se va haciendo a la idea, casi sin darse cuenta de que "no va a suceder nunca más". Y comienza a ver las emociones del pasado como fantasías, como sueños de adolescencia, inalcanzables, insustanciales.
Pero nada es más fuerte que la Naturaleza. Ella decide cuando ordenar los Planetas y ese día... el que menos esperamos, y de una manera "casi" imperceptible, nos ubica dentro de la órbita y nos devuelve la mirada. Nos "alinea". De pronto se produce el encuentro y todo lo que hasta entonces creíamos que creíamos comienza a desdibujarse. Ningún pre concepto, ninguna costumbre, ninguna forma de ser o de pensar, resiste el embate del impulso vital. Simple, maravillosa y divinamente el alma y el cuerpo comienzan a descascararse de sus viejas herrumbres, abriéndose desde el fondo, dejándose atravesar por esa luz brillante y cálida que los arrastra hasta el sentimiento del amor primario y entonces nos damos cuenta de que aquella gruesa capa de convicciones, manías, miedos y recelos ya no hace falta. Entonces, con una alegría y una entrega recién estrenadas, nos recordamos en las mutuas miradas.


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