Al amparo del cielo

No hay cosa que me cueste más que llegar a una fiesta o a una reunión. Y si es sola, ni hablar. Me muero de vergüenza. Lo que es difícil hacerle creer a la gente porque parezco una persona sumamente desenfadada y afable. Pero no, para nada. Es todo un sacrificio al que me entrego sí y solo sí el motivo lo justifica; como fue el caso de la última a la que asistí.
Ella estaba, como era de esperar, hecha una princesa repartiendo sonrisas de mesa en mesa a pesar del calor insoportable de aquella noche. Y no es que se esforzara, para nada. A ella la sonrisa le vino como un rasgo de genética, de buena estrella, de buena leche. Sonríe todo el tiempo, todo el día bajo cualquier circunstancia.
Llegué tarde y ya estaba lleno de gente, lo cual me puso un poco más nerviosa de solo pensar en ubicar a mis amigos (que eran dos) entre "la multitud" que no era tal.
Pero, una vez salvada esta instancia no anduve mucho tiempo perdida, más bien de pronto me encontré en un lugar extrañamente conocido, casi el mismo que hace unos años solo que en aquel momento yo estaba irreconocible y ademas no existían los blogs.
De ahí en más la fiesta transcurrió como dice la canción de Liliana Vitale "Al amparo del cielo"
La princesa cumplió su añito y dejó un halo de amor esparcido por el patio. Su mamá, a la que el adjetivo le cabe en el bolsillo también nos llenó de gracias por recordar el nacimiento y por celebrar el encuentro. Y yo, que de esa noche me llevé las mismas cosas aún conservo la sensación.