Hacía semanas que se sentía distinta, inquieta, movilizada por una extraña emoción que no alcanzaba a comprender. Aunque pretendía mantener una cierta imagen de control y serenidad ocupándose de cosas que en realidad no le importaban en lo más mínimo, porque no quería adentrarse en terrenos que le parecían peligrosos de antemano. Y lo hizo bastante bien: tenía un espacio y una motivación, un buen manejo del discurso y eso siempre había sido una carta fuerte a la hora de distraer... y distraerse: así que le puso más empeño a lo que venía abocada: escribir. Y mantenerse a distancia. Pero sucedió que la emoción se encendió como una flama y pasó a ser sentimiento. Sucedió que de tanto predicar también a ella le llegó su espejo y que las palabras de repente se le cambiaron de asiento.
Ella lo intentó, pero simplemente no pudo mostrarse y otra vez garabateó, desde su niña mirada, con frases floridas, con letras prolijas, todos los colores de su alma. (no lo puede evitar... son falencias del oficio...y de la neurosis nunca superada), pero igual se quedó un rato sin palabras, porque lo que quería decir no le bastaba, porque el pensamiento comenzaba a ser parte de su propia telaraña.
Cómo ocultar el pudor, la timidez, la ganas tremendas de por una sóla vez desterrar del relato a la tercera persona y decir en presente, en desnudez?. Decir sin metáforas, sin puntos suspensivos, sin hacer aclaraciones?.
Se limitó a un puro blanco, a frases cortas y a disfrutar su limitación. Sabía que lo demás se lo traería poco a poco aquel sentimiento que había llegado a su vida y la cambiaría para siempre.
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