martes, 12 de mayo de 2009
Flores en el Atico
Queda un cuarto sin abrir. Un último cuarto a oscuras. Uno en el que aún vive una niña asustada y triste acurrucada en un rincón, muerta de miedo, muerta de frío… Hay una mano extendida hacia el picaporte que delicadamente intenta doblegar la vieja cerradura… Desde adentro tan solo los sonidos de la primera amorosa cercanía llegan hasta ella de manera confusa entre aprehensión y alegría y su espalda comienza a tensarse, su boca se reseca y unas lagrimitas que no alcanza a reprimir se resbalan en silencio hasta su pecho mientras se abraza fuerte a sus rodillas…
La Dueña de casa pasó muchos años protegiendo a su pequeña niña, tantas veces maltratada, escondiéndola, resguardándola, defendiéndola de todos los peligros que la acechaban poniéndole cerrojos al cuarto. Y en cierto modo, muchas veces logró salvarle la vida. Pero así también, le quitó su libertad y su sonrisa y Ella… se quedó sola para siempre. Tanto fue así que el tiempo pasó, decidió no mirar atrás y creyó sentirse segura y fuerte lejos del ático. Pero de pronto, casi a la mitad de su vida, alguien golpeó a su puerta y desde la ingenuidad más genuina, con amor, con cuidado, la llevó recorrer nuevamente los pasillos de su casa y de su alma y a reconocerlos desde otra mirada. A tocarlos, a sentirlos, a volver a hacerlos propios recogiendo los recuerdos, desechando los estigmas, desempolvando espejos y abriendo ventanas. Acomodando cada cosa en su lugar original, conduciéndola, inevitablemente hasta el umbral del cuarto de su niña. Y allí está otra vez, finalmente de pie, muerta de miedo, muerta de frío, pero decidida a encontrar la llave que calce en ese cerrojo; el que abre la última puerta de su vida.
La niña tiembla. Ella también.
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