miércoles, 20 de mayo de 2009

Deponer las Armas

Ella no sabía que era todo para sí. Las frutas y los pinos, los perfumes y las flores. Jamás imaginó que semejante cosa fuera a sucederle. No estaba preparada. O sí, pero No se daba cuenta. Sólo se quedó parada, algo confusa, aferrada a su lanza, lista para responder instintivamente a la menor señal de amenaza. Y así fue que se enredó en lianas y arbustos y se clavó su propia lanza, se trenzó en una lucha encarnizada contra su sombra en el agua y acabó rendida, agotada, suplicando ser desterrada del pavor que le infundía tanta visión revelada.

Cuando volvió a amanecer, después de la noche larga, y despertó a orillas de lo que tanto deseaba, aún aferraba su lanza y por primera vez aquel objeto le pareció que sobraba, pero el cuerpo aún le dolía y quería salir a pasear para descubrir todo aquello que nunca había ido a mirar, así que partió la madera y la usó para ayudarse; para impulsarse a andar.

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