Esta mañana me desperté pensando en millones de cosas que ya no recuerdo (para eso no hay sábado que valga) y de esa manera en que la cabeza suele detenerse de manera engañosamente arbitraria en un segundo y dejarnos plantaditos frente a un solo tema, borrando todo lo demás de un plumazo, me encontré pensando en el placer. Me despabilé. Pasé por
En ciertas tablitas antiguas, herencia de un tal Moises, no se hace mención al placer, ni a la felicidad, ni al disfrute, ni a la justicia, ni a la equidad, ni mucho menos a la libertad ni al libre albedrío. Y pensar que con esas tablitas nos dejaron como a la cabeza de Geniol!... un método de crucifixión prolongado admirablemente sofisticado para esos tiempos... y con daños colaterales en casi todos los casos irreversibles.
El placer, mis querid@s lectores, es como un termostato... basta una milésima de segundo para registrarlo y para que ello desencadene toda una serie de sensaciones al estilo efecto dominó y no necesariamente siempre sabemos cuál es la causa, pero tampoco necesariamente hace falta. Lo que sí es necesario es desprendernos de una vez por todas de las asociaciones "pecaminosas" a las que nos conduce la palabra, las que no nos dejan disfrutar libremente de tirarnos a "no hacer nada" sin sentirnos culpables por no ocupar ese hueco en lavar la ropa sucia. Entender y vivenciar el placer como un regalo, como un recambio energético, como una renovación abre la mente y armoniza el espíritu. Nos ayuda a ser más auténticos.
Estamos siempre escondiéndonos. Detrás de comidas rápidas. Detrás de palabras trilladas. Detrás de ropa de moda. Detrás de formas. Y cuando dos cuerpos se encuentran en la penumbra con hambre verdadera, con necesidad de palabras verdaderas, con las pieles desnudas y se supone que se entregan al placer se presenta el pequeño dilema... hay que salir en busca del alma...que está escondida, desnuda en algún rincón. Pero está. Siempre está.
viva el pecado
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