Este invierno el frio no me toca. Me tocan los jazmines. Es notable como crecen alrededor de mi cama, ya casi no me queda lugar por donde bajarme de ella. Y esta lluvia que podría entorpecerme el paso, humedece mi lengua y mis pestañas y ya no sé si es saliva o son lágrimas o es lluvia, o es mar de agua salada, pero los hilos de plata que señalan el camino brillan bajo mis pisadas.
Ultimamente hay ropa y palabras que no me quedan, unas por muy grandes, otras por muy ajenas, así que a todas me las voy sacando de encima aún a costa de quedarme a veces en bolas y a los gritos... Son los gajes del oficio del buscador... y ya se sabe lo que pasa con el que busca, no?
De todas maneras el invierno es largo y uno no debe desprevenirse. Por eso yo ya encargué unas 100 docenas de abrazos, unos 1200 besos y un número inexacto de caricias: porque no sé cuántas voy a necesitar. Por lo demás, sólo es cuestión de comprar ropa más pequeña y encontrar las palabras. Lo primero es relativamente fácil, lo segundo...
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