Y llegó el otoño nomás. Y las hojas de los árboles van cambiando su verde brillante por un dorado cada vez más intenso.
Yo, lejos de temer el frío del invierno que se avecina, me adentro a nadar torpe pero placenteramente en el mar en busca de los sonidos que me faltan, los que el mar me guarda.
Descubro poco a poco la consistencia del silencio y nada es extremo. Experimentar el abrigo es una sensación por la que vale la pena meterse al agua cuando hace frío.
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