No es cuestión de quedarse con lo primero que a uno le venga a la cabeza. Aunque es verdad que la sensación es la que impulsa el pensamiento y las tripas rara vez se equivocan, no es bueno largar la lengua a la deriva sin antes pegarle una revisada al texto final. La extensa experiencia en hablar de más y antes de tiempo, me lo ha enseñado.
De todas maneras, los años, que sirven entre muchas otras, para desaprender cosas inútiles, han hecho que deje de preocuparme tanto. Porque he comprendido que los textos se construyen a medida que en el cuerpo germina la palabra y que ya no es importante "decir" sino "comunicar-se". Que los silencios son tan necesarios como los signos de puntuación y que no hace falta la aprobación de nadie para creer en un adjetivo.
Así la vida, como la palabra germina y se sostiene por voluntad personal, por lucha y convicción. Desaprendiendo lo aprendido y volviendo a aprender sobre el papel en blanco, subrayando los párrafos sin miedo, soltando improperios, carcajadas, sonidos de placer.
Así el poeta le escribe a su amada y el cantante a su patria. Así una mujer se vuelve un hada y un verso en El Quijote de La Mancha. Así se exorcisan las culpas, los fantasmas. Y así, así se comunican las almas.
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