Hay noches en que los dedos vuelan a ciegas sobre el teclado cayendo sobre las letras mucho antes de que la palabra esté ni siquiera cerca de ser concebida. Y sin embargo, ellos van como pájaros, como si conocieran el vuelo hacia el secreto de la historia desde mucho antes que yo.
Es fantástico dejarse llevar sin dudar, sin detenerse a reparar ni un segundo.Es siempre sublime volver a sentir que el cuerpo contiene esa sabiduría de siglos de vidas pasadas, ese tesoro de conocimiento inexplorado y que está aquí, para guiarme cuando no sé hacia donde voy. El cuerpo siempre sabe.
Nada de lo que veo afuera es sino un reflejo de lo que llevo dentro. La realidad y la fantasía, lo prohibido y lo posible. La certeza, la negación, la ignorancia y la oportunidad son según mi mirada, según mi osadía.
Yo soy en la medida que me manifiesto y si yo soy Una el mundo todo también lo es, entonces... porque empeñarse en separarlo todo? Porque forzar piezas que no caben en determinados sitios?, porqué vivir aferrados a las convenciones a las religiones, al concepto rígido del tiempo, cuando hace mucho sabemos que es relativo?.
El cuerpo, este envase mágico e insondable sigue siendo la repuesta a todas las preguntas. En él habita la esencia de lo que realmente soy, pero debo tener cuidado de alimentar todos sus sentidos para disfrutarlo, para expresarme, para fluir y ser receptiva. Para mantener mi mirada tan amplia como pueda, para ir hasta lo más profundo sin miedo a perder el camino de vuelta.
Hay noches en que me siento frente al teclado con ganas de escribir y no se me cae ni una idea que valga la pena ser escrita. Entonces pienso: no me importa. Y ahí voy, tras el vuelo de mis dedos. Y aquí estoy, porque mientras no pretenda separar la razón del sentimiento, inevitablemente acabaré siendo acción.
No dejes de volar, que haces crecer alas.
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