El sábado asistí al cumpleaños de una amiga, donde conocí la flamante casa que, junto a su pareja fueron levantando a fuerza de amor y mucho, mucho trabajo, ladrillo sobre ladrillo. Es un espacio hermoso y cálido, habitado además por otros seres tan vivos como ellas (no me gusta llamarlos "mascotas"). Un espacio con música y señales de generosidad esparcida por sus rincones.
Esa noche conocí también a otras parejas con las que compartimos la charla, la exquisita comida casera, el mate de la madrugada y el mini recital que ofreció nuestro trio más querido.
Y hasta tuve oportunidad de mantener una pequeña charla con otra amiga más cercana sobre el eterno tema de nuestras miradas. De cuán lejos se encuentra Roma, de lo inevitable que es volver en algún momento y de los medios de transporte que pueden conducir a ella.
Y descubrí, no sin reírme como loca (porque ya no me sorprendo de mis revelaciones), que lo mío es en camión. ¡¿Se imaginan un viaje en camión de Bs As a Roma?! (sí, un apostolado).
La cosa es que en algún momento, me traicionó el inconsciente y dije:- claro..."todos los camiones conducen a Roma" y (oh!...bendito Freud!)...casualmente, me crié en una familia de camioneros!.
Y saben por qué hablábamos de "Roma"?. Porque es así como la psicóloga de mi amiga denomina a su madre. Porque, según ella, (y ahora lo voy a escribir correctamente): "Todos los caminos conducen a Roma".
Me habré sentido identificada?
Por hoy dejamos acá. Seguimos la próxima.
Lo importante es no sucumbir ante la propuesta de irse a vivir a Roma, te lo puedo decir despojada de afecto, porque a pesar de compartir el espacio, Roma me confina al viaje,es decir... si hay caminos que conducen hacia ese lugar, es porque no estoy en ese lugar... o si? (Si lees mi último posto, verás que desconfío de mi realidad...)
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