Estático. Detenido. Cerrado, todo cerrado, guardado bajo láminas de sombras. A oscuras. En absoluto silencio. Pero en nada se percibe la calma, no. Por el contrario, una especie de ansiedad se va tornando insoportable, como una añoranza vieja, como una noche de calor agobiante.
Vueltas y vueltas, un intento tras otro y nada. La quietud que hace pensar en la muerte y otra vez el silencio, y el tiempo, el tiempo que se engulle los contornos cada vez más estrechos de la cama.
Entonces, resistiendo a la tentación del olvido, de la resignación y el fracaso, pego el salto y abro mi computadora. Desde la página en blanco se trepan por mis dedos los lirios y las carreteras, los sueños de cuando soñaba y los que tengo despierta, la cal, la arena, la complicidad del sonido de las teclas hermosamente armonioso y esta paz que me devuelve poner la palabra afuera.
Este ha sido un año realmente importante. Como siempre, pasaron cosas buenas y malas, pero yo estoy realmente conmovida por el alcance y la dimensión, la velocidad y la profundidad de los acontecimientos acaecidos.
Tengo la sensación de haber atravesado una especie de “Tunel del Tiempo” donde empecé el año reencontrándome con el amor de “mis” vidas, mientras iba y venía a otras épocas a arreglar asuntos pendientes con otras gentes… y los arreglé. Aprendí sobre mí, sobre el amor, sobre la libertad y sobre el respeto. Ví materializar sueños de fe, de esfuerzo y de amor también. Y tomé decisiones dolorosas a favor del Amor.
Lo mejor que me deja este año es que estuvo de punta a punta ocupado por el AMOR, más allá de sus formas, sus implicancias, sus trámites y sus estados.
No es un mal comienzo para ser la primera vez en mis 44.
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