En alguna parte, detrás de nuestras máscaras, subsiste el gen primitivo y primigenio que manda en nuestras almas. Aunque pretendamos ignorarlo, aunque convengamos tácitamente en que es cómodo, higiénico, práctico y civilizado llevar nuestras vidas organizadamente adaptadas a los diferentes ritmos que hoy nos impone el afuera, todos llevamos tallados a mano alzada los surcos de nuestros ancestros. Y todos, indefectiblemente, tarde o temprano, nos volvemos ellos. Por eso está bien buscarse, por eso está mal venderse, por eso es que nos cuesta tanto reconocernos. Lejos estoy de tener elementos y conocimiento como para hacer un análisis antropológico y tampoco es mi intención hacerlo. Ya he dicho más de una vez que todo lo que escribo es desde mi sentimiento, pero soy una pensadora nata. A veces la observación de las conductas humanas (incluída la mía propia), me lleva a ahondar casi instintivamente sobre cuestiones que a pesar de estar tan arraigadas, como es el caso de nuestros orígenes, los que indudablemente marcan para siempre muchas de nuestras conductas, en general no se toman en cuenta a la hora de los análisis cotidianos. Como si la cosa terminase en nuestra educación, como si la cosa fuese solamente producto de una hipotética familia disfuncional. Como si pudiesemos cargárselo todo a una madre dominante y a un padre ausente. Es probable que la mayoría de nosostros sólo tengamos el registro de las caracrerísticas físicas de las distintas etnias de las que procedemos . Pero...cuánto sabemos de sus características espirituales, de sus habilidades, de su manera de evolucionar?. Cuánto sabemos de lo que de ellas hemos heredado?. Cuánto de ellas aún rigen nuestras pasiones, nuestros impulsos, nuestros valores, nuestras maneras de ver las cosas?.
En fin, lo que me trajo hasta aquí, fue la simple y recurrente necesidad que compartimos todos cada día: comunicarnos, entendernos un poco más y mejor. Y sentí que está bueno pensar en que si hacemos un viajecito hacia nuestro pueblo interior, quizá rescatemos esa sabiduría ansestral, ese poder desconocido u olvidado que nos permita reconocernos en el otro, juntar los pedacitos y rescatarnos mutuamente de las garras del olvido.
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