Escarbo en el teclado sin detenerme a pensar. Me sumerjo en la terapia intensiva de la música y nado, nado, nado hacia la siguiente palabra que otra vez me salva la vida.
Repito este ritual una y otra y otra vez para no exorcizar, para no olvidar, para no esconder me.
Busco y rebusco en el fondo las palabras que no están vacías, las que más me duelen, las menos queridas, las que no son bellas ni definitivas.
Es mucho el trabajo cuando el discurso implacable ha sido la única arma durante años, pero ya no tiene caso pretender ser una heroína, la impenetrable coraza ha sido vencida por el mejor de los oponentes y enhorabuena.
Todo el diccionario se revela contra mi inteligencia, se me ríe en la cara y yo, por puro reflejo, sigo acudiendo a él cuando no comprendo y en cambio, me sigue sorprendiendo y van apareciendo otras, unas que ahora sé que no entendía; unas pequeñas, que pasan casi desapercibidas, que no son grandilocuentes, ni temibles, ni agresivas.
Y van emergiendo así de a poco, suavemente consistentes, humildemente claras, verdaderamente amorosas.
Y mientras yo nado, ellas vienen conmigo como un cardúmen de colores tan indescriptible...que me falta tanto para poder contarlo...
que buen escrito, y que lindo tema,
ResponderEliminartenes buenos gustos (gustos son gustos),
esta parte censuralam jajaja
Gracias Fernando... y por suerte, no me han dicho nada que merezca semejante cosa. La censura, la dejo sólo para las faltas de respeto, lo demás es todo alimento.
ResponderEliminarUn beso.