Fuiste capáz de hacerle frente a aquella rafaga de viento con el último hilo de tu aliento.
Y tuviste miedo.
Pero él cedió sólo porque lo miraste a los ojos mientras entreabrías la boca.
Mientras dormías, toda la tierra se serenaba sólo para devolverte la paz. Y lo sabías.
Los animales te eran propios, porque fuiste de ellos antes.
Eras un junco vibrando bajo el sol. Una pluma, una gota de sangre entre las piernas.
Eras la ira y la negrura de los días, la tormenta, las sogas, el carajo, la bahia...
Y volvías, volvías, volvías...
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