Lo intentás, lo intentás, lo intentás, una y otra, y otra vez. Te sentás y escribís y borrás y empezás de nuevo. Porque basta de tener las palabras clasificadas, separadas por tandas, por temas, por días, guardadas, censuradas, apretadas. Porque basta de repetir siempre el rosario de bienaventuranzas y prejuicios y puntuaciones aplicadas.
Te hartás de ser prolija, de no decir nada, de echarle la culpa al tiempo, al desencuentro, a la paja en el ojo ajeno, te hartás de tanta paja. Entonces tomás al toro por las astas y te sentás y lo volvés a intentar una vez más: sin vueltas.
Ella en blanco y vos acá para tirarte encima de ella y abarcarla toda, toda entera, sin dejarle resquicios, ni márgenes, ni una sola ladera por la que se pueda escapar ninguno de tus sortilegios, para atraparla y entramparte en ella, desnudas las dos, de tal manera que no puedas escaparte ni siquiera a la vereda y quizá, tal vez esta vez, dejes de querer controlarlo todo y te dejes llevar a donde la hoja quiera.
muy buena narración del ejercicio..
ResponderEliminarme ha gustado, toda una escultura del instante.
un muxu