Tener poder no siempre es algo malo. A veces es liberador.
Una vez un ángel se me acercó, se sentó a mi lado, me agarró de las manos y mirándome hasta la sangre, me dijo: “disculpame”. Y yo, que sentí venir ese primer impulso de falsa modestia, inmediatamente reculé, me volví sobre mi eje y mirando hasta el hondo bajo fondo de aquel vendaval de pura verdad, conteste: “Sí. Estás perdonado”. “Claro que sí, es un placer”.
Todos tenemos una cuota de poder, por lo menos sobre nosotros... saludos!
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